miércoles, septiembre 01, 2010

El chico de la camisa verde.


Pues sí, hoy me tocaba ir al consulado Español a ver quÉsloquEs con mi pasaporte.
Como cosa rara, me paré tarde, terminé saliendo de mi casa a las 10.30 aproximadamente, pero como era algo rápido y que supuse no necesitaba de numerito, igual me lancé a tratar de sacarlo. Dejo mi carro parado y agarro a la parada a esperar el MetroBus.
En lo que llegue noté la presencia de un espécimen atractivo de género masculino (Si, un chamo bello). A los 15 minutos de que estoy esperando llega un MetroBus que iba a Altamira, pero iba tan tan lleno, y se montó tanta gente que preferí no abordarlo. En cuanto la marabunta de gente termina de montarse (al final ya entraban por la puerta trasera sin si quiera pagar -con permiso del conductor-) me doy cuenta de que el muchacho de camisa verde tampoco se había montado –a pesar de que lo había visto en cola para montarse-. Pues a esperar otro se ha dicho. El muchacho quedo al lado mío, habían constantes miradas furtivas de parte de los dos. Pasaron dos horas (y no es exagerando) antes de que llegara el próximo MetroBus a Altamira.
Admito que mi flojera de irme hasta Chacaíto y regresarme a Altamira en Metro era mucha, pero me lo pensé, aun así, no lo hice.

Entre esas dos horas las miradas furtivas fueron cada vez más frecuentes, se empezaron a incorporar caras de complicidad y de apoyo, pues ambos sabíamos que estábamos en la misma situación desesperante. Alguna que otra risa y algunos comentarios. Casualmente siempre estábamos parados uno al lado del otro, a veces yo estaba a su derecha y a veces a su izquierda, pero siempre estuvimos esperando `juntos`. Finalmente llega el MetroBus, ambos nos montamos, no habían puestos así que a ir parado se ha dicho. Me paré donde suelo ir que es en la parte amplia del centro, él se paró justo enfrente de mí –si, por alguna razón estaba pendiente de sus movimientos-. En una de esas paradas de las Mercedes el MetroBus se llenó un montón, terminamos yendo como sardinas. Todas las sardinas lograron que él terminara yendo de pie justo frente a mí. Ambos íbamos dando tropezones uno con el otro. Ambos chismoseábamos la misma conversación del señor de al lado que iba hablando de un libro de noseque.
Finalmente el MetroBus se despejó en Ciudad Tamanaco. Quedaron casi todos los puestos de atrás libres. Yo me senté en uno que tenía dos puestos libres. Habiendo tantos vacios, él se sentó al lado mío. En el camino abrió el papel que venía manoseando desde ya hace dos horas y tanto. Yo no pude evitar tratar de leer su papel, pero con esta cochinada de vista periférica mía no logre ver sino una letra de médico por ahí –tampoco quería ser tan obvia-. Ya sentados cruzamos un par de palabras, pero no mucho. Finalmente llegamos a la parada de Altamira, admito que me daba mucha gracia la situación, es decir, era hasta divertido. Pero requería de un constante esfuerzo por no echarme a reír.
Estamos ya en Altamira, yo suelo esperar a que todo el mundo baje. Estoy esperando cuando me pregunta “¿Te bajas ya?” me sentí presionada así que puse cara de ‘será’ y dije “SI :)”. Me levanto del asiento, ya la mirada no era furtiva, me estaba viendo fijamente, siento sus ojos clavados en mi, me volteo a verlo, unos enormes ojos color avellana no dejaron de verme aun cuando los reté, no pude contener mas la risa y una risita nerviosa se me salió. Me sentí de nuevo presionada, él tenia sus piernas a un lado para que yo pasara y la gente del pasillo seguía saliendo a borbotones. Tuve que pedir permiso a una señora para que me diera paso. Finalmente pude salir. Bajo del MetroBus y aún siento la mirada, no pude evitar voltearme, el muchacho de la camisa verde y los ojos avellana se había cambiado al asiento de la ventana –donde había venido yo todo el camino- y me estaba viendo fijamente desde dentro del MetroBus, le sonreí y seguí mi camino, di la aventura por terminada.
Estoy esperando el semáforo para cruzar rumbo a la plaza La Castellana, veo al muchacho de camisa verde aparecer detrás de mí. Cruzo mi semáforo, y agarro por el camino que a mí me gusta hacia La Castellana. A mitad de esa cuadra me volteo, ya no venía detrás de mí, ya si, se acabo.
Llego al consulado ya a la 1, a sabiendas de que estoy perdiendo mi tiempo. El vigilante casi se burló de mí cuando le dije que iba Al Consulado a esa hora. Ahora vamos en busca de un cajero del Venezuela. No vi en las zonas cercanas así que me devolví al BFC que había en la misma torre del Consulado, cuando estoy cruzando la calle el muchacho de la camisa verde también la está cruzando en sentido contrario. No me vió sino hasta que ya nos habíamos pasado, se voltea a mitad de la calle se ríe y se queda parado en medio de todo –si, esperando a que un carro lo mate- al llegar yo a la otra acera me volteo y sonrió, él se queda riéndose.
Sigo mi camino al banco, saco del cajero, voy camino a McDonald’s que está justo enfrente. Me topo de nuevo frente a él, en medio de la salida del McDonald’s, me hecha broma diciéndome me que si lo estoy siguiendo, empezamos a hablar, hablamos al menos uno o dos minutos, creo que fue la conversación continua más larga que habíamos tenido hasta entonces. Esta vez fui yo la que se quedó bien atravesada, la conversación terminó con él diciendo “Cuidado que te pisan” y yo diciendo “¡Ay coño!” mientras corría a salvarme al otro lado.
Entro al McDonald’s y la cola era tal que me eché a reír en voz alta y salí con la misma decisión con la que había entrado. “Vayamos al Wendy’s de cerca la plaza Altamira” –me dije-. Voy bajando en mi mundo, y en la parada de autobuses frente a la plaza, escucho “JAJAJA, no puede ser”, de nuevo el muchacho de camisa verde y ojos avellana, ahí si le dije “el que me está siguiendo aquí, ¡eres tu!” y me eche a reír, esta conversación fue bastante corta y casi toda fue a distancia mientras me reía.
DEMASIADA casualidad, o me seguía o el mundo estaba decidido a que habláramos. Al final ni su nombre ni nada de él sé, solo sé que fue muy cómico y que me alegró el día la situación por un buen tiempo. Hasta que todo se dañó cuando quedé cual planta. Pero eso ya es otra historia.


Victoria B.

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