martes, septiembre 14, 2010

Ironías.

Ella estaba acostumbrada a salir con muchachos. Le gustaba toda su ropa así que nunca se preocupa de si ¿esto me quedará bien o será mejor aquello? No, ella siempre se viste con lo que tiene a mano y sale sin muchos preparativos.
Pero esta vez era diferente. Estaba nerviosa, se empezó a arreglar dos horas antes de la hora de salir. Se probó toda su ropa, trató con la de su mamá, improvisó varios looks. Ninguno le gustó.
¿Qué tiene de diferente esta salida? Es un muchacho normal, no causa en ella mayor atracción, lo conoce, ya han salido, pero algo ha cambiado. Ella no sabe cómo se desarrollará esta salida. ¿De qué hablarán? Algo le decía que todo iba a ser diferente. Hace un par de semanas que no sale con él y no había sentido nunca eso antes de verlo. En estas dos semanas ha seguido saliendo con otros muchachos y ninguno provocó tal reacción.
Ella estaba nerviosa ¿Por qué? No lo sabía. Terminó saliendo con aquellos jeans que sabe que le quedan tan bien, complementó el look con unos converse para tratar de verse relajada -lo que menos estaba, en verdad- y su camisa preferida que constaba en un franela color vino tinto. Muy simple pero provocadora. Tenía que calmarse. Ya había pasado el tiempo.
Pasó dos horas vistiéndose, cambiando de atuendo una y otra y otra vez. Ya era hora de salir, se encaminó.
Se montó en el carro. Conectó el ipod. Puso a sonar su banda favorita. Se relajó, pero sentía que ese día sería trascendental. Seguía pensando en las razones. No encontraba ninguna. Este muchacho le gustaba, pero no le atraía tanto como para crear esta tensión.
Prefirió no pensar en eso. Iba manejando, ya venía de llegada al punto de encuentro con su pretendiente.
Sonó el celular: era él y revisó el mensaje. Le avisaba que él ya había llegado, la esperaba afuera. Ella sonrió inesperadamente, se dispuso a responder. Distrajo la vista del volante, seguía en el carro y el automóvil seguía andando.
Sintió un golpe. Tiró el celular y pegó un frenazo. Las caras de los peatones alrededor eran de completo asombro, susto. Mujeres pegaban gritos “¡Lo atropellaron!”, “¡Está muerto!”, esas eran algunas de las exclamaciones. Colocó parking.
Se bajó en menos tiempo del que jamás nadie podría haberlo hecho, ella estaba nerviosa, ¿Qué había hecho?
Su pretendiente yacía tirado en el piso a unos 3 o 4 metros de su carro. Sangraba. Ella no podía creer lo que estaba viendo. Él la vio a lo lejos. No estaba muerto.
Al ella acercarse, él sonríe. “Tranquila, no debes culparte” –le dice-.
-¿Pero cómo no me voy a cul… culpar? ¡MIRA LO QUE HE HECHO!
-No has hecho nada. Todo estará bien…
Ella sostuvo su mano, la ambulancia ya se escuchaba a lo lejos. El cerró los ojos. Ella no le permitió cerrarlos por mucho, lo empezó a batuquear suavemente hasta que los volvió a abrir.
La vio fijamente a los ojos y le dijo: No me olvides… Te quie…
Se sintió como su último aliento fue expulsado por su boca. Sus ojos permanecieron abiertos, tal y como ella lo pidió.
Ella rompió en llanto. Se abalanzó sobre él como si esto pudiera cambiar algo.

Llegó la ambulancia y la apartaron del cuerpo inmóvil, trataban de resucitarlo, eran esfuerzos perdidos, ya se había ido.
Ella lloraba histérica. Toda su ropa estaba bañada en sangre, la sangre se confundía con el color de su camisa. No le importaba, hacía resistencia, quería acercarse a él.
En ese momento sí lo quería, cuando él murió, ella sintió toda la pasión, el deseo, el amor y el cariño que podía sentirse por una persona. Una persona que estaba muerta, una persona que ELLA había matado.
¡Ja!. Ironías.
 Victoria B.

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