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sábado, abril 28, 2012

Memorias de un escritor.


I
Hay pocas cosas tan tristes como escribir de las desdichas como escritor. Pero es lo que nos queda a algunos de nosotros. Algunos logramos recrear mundos en los cuales nos dibujamos, somos escritores de calidad, aclamados por ese selecto grupillo de personas cultas a las que siempre habíamos querido llegar; no al público al que solemos atraer: muchachitas púberes que se mojan con la primera imagen de un besito que les describes.

No, jamás podré decir que soy escritor de relatos repletos de pasión y deseo. Pero siempre me ha gustado la escritura con algunas situaciones autobiográficas. Y aunque mi vida no esté llena de mujeres y sexo, si he tenido -como cualquiera de nosotros- mis amores y mis aventuras de una noche.

Recuerdo la última vez que repartí un cuento mío. Fue publicado en el peor lugar, una revista de amas de casa… y he llegado a la conclusión de que o esas amas de casa no han gozado de verdad una puta noche en su vida, o era viejas noventonas amargadas por el celibato.

La cantidad de cartas con quejas y comentarios indignados que recibí durante todo el siguiente mes fue algo abrumador. Llegó un momento en que dejé de abrir mi correo y le pedí al cartero no me entregara ningún sobre que no contuviera deudas o estados de cuenta.

Poco después, entre whiskies, un compañero de oficio me hizo notar una cosa: Si mi escrito no había sido publicado en ningún otro lugar que en una revista para mujeres frustradas, es que no valía nada. No sé si lo ha dicho por la rivalidad existente entre escritores o fue un acto de amiguismo promovido por el alcohol, pero me ha recomendado revisar mi técnica.

II
Yo recuerdo aquella época de oro, en la que tenía toda una página al mes para mí solo y mis personajes de fantasía. Recuerdo que para ese entonces llevaba además una columna semanal en el diario estadal, también lo bien que me sentía con cada entrega de esos relatos que se iban complementando semana tras semana… “La miseria de los sabios” se llamaba. En ella llevé a cabo lo que supuse debía ser la triste vida de aquellos con un cerebro más ágil que el del común. De todas aquellas personas que debían convivir con seres inferiores a ellos.

Por aquellos días soñaba que yo era uno de ellos. Contaba mis historias con ínfulas de sabio, e introducía vivencias propias en mis relatos. Por aquellos días cada entrega resultaba con un éxito rotundo y poco a poco fui creándome lo que yo creía que era, un puesto; lo que yo creía era un círculo de lectores asiduos.

Pero el mundo de la narrativa es sucio. Al par de años, la revista mensual cayó en la quiebra y no tomó mucho tiempo en que el periódico pensara que tener a un escritor de una revista quebrada, podía ser tanto como de mal agüero y darle mala reputación al vespertino. Lo mismo pensaban todas las revistas a las que acudí.

Nunca quise decirlo a viva voz, solo por no quedar de engreído (como si alguna vez me hubiese importado. Creo que fue más un acto de cobardía), pero si esa pacotilla de diario iba a ganarse mala reputación, por mis columnas no sería. Me pareció entonces de poca educación y caballerosidad recalcar la subjetividad a la hora de narrar las noticias y el mal caché que se traían con los horóscopos escritos por Madame Sasú.

Fue entonces cuando tuve que empezar a hacer publicaciones varias por aquí y por allá. Revistas y periódicos compraban mis cuentos para llenar aquellos espacios de última hora. Trabajaba a por palabras. 20€ cada dos mil palabras. Y fue entonces cuando me convertí en el escritor de a sueldo que soy hoy.

Escribir día y noche se fue convirtiendo más en una obligación que en una pasión. Ya no ponía el corazón en mis historias. Jamás tenía tiempo de tomarle cariño a mis personajes y mis dedos escupían palabras como si limpiar pocetas se tratase: con asco y por obligación. Solamente lo hacía para pagar el alquiler cada mes y poner comida en mi plato.

Llegó incluso un momento en el que pensé retirarme, soltar la pluma y dedicarme a vender estampillas durante el resto de mi vida. Supuse de me daría más o menos la misma satisfacción que lo que en esos días de infierno me daba escribir.

III
Fue así, hasta que una noche me topé con los ojos color miel más hermosos que había visto. Portaban una mirada inocente y una sonrisa picarona. Era la nueva mesera del bar de la esquina. No era asiduo a los bares, hasta esa noche de otoño. De ahí en adelante empecé a ir cada vez más seguido, interdiario de ser posible.

Una noche escribía y otra le veía. Empecé a escribir de ella, y no tardé mucho en escribir para ella. Ella nunca supo quién era yo, aunque supongo siempre sintió mi mirada clavada en su figura  desde la esquina más alejada de la barra. Siempre con mi block de notas y el bolígrafo en mano, anotando montones de ideas, ideas que parecían brotar de aquellos ojos color miel. Durante meses pensé en ella, la pensaba y la había bautizado con un nombre de mi propia creación. Para mí ella tenía rasgos de Joan, entonces Joan era su nombre. Tanto en mi mente como en mis relatos.

Mis historias eran cada vez más tontas. Supongo es lo que nos hace estar obsesionados, nos volvemos repetitivos y soñadores. El cinismo se esfuma de nuestras mentes sin pedir permiso al portador. Seguía escribiendo a por palabras, seguía siendo escritor de relleno. Pero ya no me importaba, creaba mundos que me gustaban, mundos míos, mundos de ella. Mundos para los dos. Me había sumergido en mi ficción. En un universo paralelo donde ella no era mesera y yo no era un pobre escritor sin renombre. Era un mundo en dónde el qué hacíamos y porqué lo hacíamos era irrelevante, lo importante era que siempre íbamos de la mano.

Recuerdo aquel par de años, aún puedo leer mis anotaciones regadas por entre los cuadernos y recuerdo como me sentía levitando entre las nubes de solo imaginar que ella era mía en algún mundo. Aunque no fuera el nuestro. Imaginar mis manos acariciando su cuerpo y sus ojos color miel clavados en los míos azabache. Imaginar su voz susurrándome al oído todas esas palabras de amor que había leído en los poemas de Benedetti.

Me acostumbré a dejar sobre la barra alguna de esas revistas con mis artículos que hablaban de ella. Sólo para que los leyese. La veía a lo lejos y siempre los leía después de su turno, con una sonrisa nostálgica en la cara. Fue cuando empecé a hacer esto que lo entendí todo. Ella estaba rota. Estaba rota de amor. Su corazón había sido destrozado, hecho trizas sin el menor pudor. Es por eso que mis historias melosas entre dos amantes le gustaban, porque ella también se sentía levitando en un mundo paralelo, imaginando que la chica de mis relatos era ella. Lo que no sabía, es que sí lo era.

IV
Una noche de primavera, a los dos años y siete meses de haberla visto por primera vez, fui al bar y ella no estaba. Lo dejé pasar y pensé quizás era como aquél invierno, cuando tampoco apareció y después me entere se había ido de vacaciones a visitar a su familia. No apareció tampoco durante las próximas dos semanas. Yo dejé de ir al bar tan asiduamente. También deje de escribir, ya mi musa no estaba y había olvidado que el mundo existía algo más; y es que yo ya no pertenecía a este mundo, pertenecía al que yo había creado. Al nuestro.

En cuestión de un mes volví, ella aún no estaba allí. Le pregunté al encargado por Joan. Él no supo de quién le hablaba. Tuve que describir a la mujer con esencia de ángel que solía atender en esa barra, entonces el encargado supo de quién le hablaba. “¡Agatha!” exclamó… así se llamaba, ese era su verdadero nombre. Me explicó entonces que había desaparecido abruptamente, que no sabía más nada de ella y no la había vuelto a ver. No había vuelto si quiera a cobrar sus utilidades. Tampoco había escrito. Es como si se hubiera desvanecido. Se había marchado con la misma facilidad con la que había llegado: De un día a otro y sin previo aviso.

Esa noche al llegar a casa, me encontré frente al portal dos cerros de revistas. Todas las revistas que yo había dejado en el bar para que Joan…Agatha leyera. Había encima una nota escrita con una hermosa letra molde Es una historia que nunca empezó, por tanto nunca terminará. Viviremos por siempre de la mano, al menos mientras de mí escribas.”

De eso hace ya cinco años. Pasé otros seis meses escribiendo de ella, pero nunca volvió a ser lo mismo, nunca pude volver a sentirme parte de la historia. La necesitaba a ella, necesitaba verla para así sentirme sumergido en esa droga de placer visual. Dejé de escribirle cuando dejaron de llegar revistas con mis escritos a mi portal. Entendí que había perdido mi esencia, entendí que ella tampoco se sentía ya parte de esto. Entendí que había cortado por dejar de leerme.

La magia se había perdido, la magia se perdió cuando sus ojos color miel dejaron de iluminar mi sendero. Y yo me había convertido en un fracaso de escritor, eso lo sabía. Las narraciones que había sido capaz de regalar al mundo en el pasado, eran eso: pasado. Historia. Y parecían ser las historias de otra persona y no las propias. Jamás volví a retomar mi técnica. tampoco volvieron a querer publicarme en ningún periódico ni revista. Ya nadie quería leer los intentos fallidos de un hombre que había fracasado en lo único que había sabido hacer en la vida: Escribir. 

Desde entonces, hasta el día de hoy; no había escrito nada. No había sido capaz. Me he ganado la vida trabajando de cajero en el abasto de mi barrio. Me dan descuentos en comida y alojamiento económico en uno de los pisos superiores del edificio.

Se preguntarán qué me ha hecho escribir esta historia hoy. Y es que estoy casi seguro, de que esta mañana he visto mis ojos color miel sentados en el banquito frente al abasto. Viéndome fijamente. Escribiendo en un block. Podría jurar que era ella, pero cuando por fin pude salir a confirmarlo ya había desaparecido.

Quizás ahora nuestras vidas se han invertido. Quizás ahora es ella quién escribe de nosotros y quién me observa a lo lejos para sentirse parte de un mundo que suple la inercia del real.

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Victoria B.

sábado, mayo 07, 2011

Sólo Mío.

Es el sonido de la lluvia tintineando fuera de la ventana, tu cuerpo tendido bajo mis brazos, un abrazo eterno de un momento que deseo atesorar por el resto de mis días, para sobrevivir a los días destructivos que me esperan.

Recuerdo tu respiración arrullándome en mis sueños y los latidos de tu corazón, constantes en mi oído apoyado sobre tu pecho. Tu cuerpo calentando las sábanas durante esta fría primavera que nos tomó desprovistos. La química que surgió entre nosotros hace cinco meses está aún intacta, las chispas se sienten saltar con el roce de nuestros cuerpos. En momentos como ese es cuando pienso que sencillamente te amo.

Pero luego no calientas mi cama, luego no me arrullas en sueños, y en esos momentos es cuando te odio, te odio porque no confío en ti. Porque sé que no eres mío y tampoco me haces creerlo. Te pienso y trato de sacarte de mi mente. Maquino mil y una situaciones, días donde te encuentro con ella en el parque, o días donde nuestros caminos se cruzan en el regreso a casa y al final ninguno de los dos termina llegando a su destino esperado. Me imagino esos días en que me quedo esperándote, impaciente, mirando por la ventana repitiéndome que si no viniste ayer, no vendrás hoy tampoco.

Es el sueño de un amor imposible. Es la codicia inevitable del uno por el otro. Es saber que está ella y que no la sacarás jamás de tu vida. Saber que soy la otra, la que no recibe privilegios, la que viene de segundo, la que no recibe mentiras por excusas sino una cruda verdad que se me estampa en la cara sabiendo que jamás recibiré más de ti que solo esto: sexo.

Atando cabos por aquí y por allá, cavilando y desintegrando la ecuación, concluyo que si no eres mío, no quiero que seas de nadie. Si no eres mío tampoco serás de ella.

El vello de tu pecho está húmedo por las lágrimas que se deslizan por mi mejilla apoyada en tu pecho frío, ya no escucho esos latidos, se desvanecieron y ya no me arrullas con tu respiración… mis dedos aun entrecruzados a los tuyos, mientras escucho la lluvia caer allá afuera de la ventana. Y sé que ya te has ido, que desde hoy, finalmente, mas nunca regresarás con ella... el problema es que yo tampoco te volveré a tener.



Victoria B.

martes, febrero 15, 2011

Como cualquier día de invierno.

Me desperté y me percaté de que ya Antonio se había levantado, eran las siete de la mañana y aún el sol no salía. Estábamos en aquellos días de invierno que siempre me resultaban tan placenteros.

El frío que se estaba colando por debajo de las sabanas era lo que me había despertado. Me quedé viendo al techo por cuestión de unos diez minutos, estaba en ese estado de stand by en el que se queda uno al despertar sin tener responsabilidades.

Finalmente me levanté y al poner los pies en el piso helado sentí como el frío calaba cada uno de mis huesos, corrí en puntillas hasta las pantuflas que estaban estúpidamente colocadas al lado de la puerta, me puse un suéter más y agarré aquella manta doblada encima de la silla y me la enrosqué al cuerpo dándome la apariencia de una oruga.

La caldera debía haberse apagado en el transcurso de la noche.

Caminé hacia la ventana y me puse a ver a través de los cristales. La neblina había tomado posesión de la ciudad, y solo se veían algunas luces que lograban colarse entre aquella espesa capa blancuzca que reinaba en la ciudad.

Ese paisaje hubiera resultado desalentador e incluso deprimente para cualquier persona. Para mí no era más que una de las vistas más hermosas con las que podría haberme levantado. Era el ambiente perfecto para vestirse con las ropas más abrigadas y salir a trabajar con la mejor sonrisa. Era el ambiente ideal para comidas calientes y para abrazarte a tu pareja. Era un día magnifico para disfrutar del frío, de las chimeneas, de los cuentos de amigas, de las comidas calientes, de las reuniones familiares y, por supuesto, del amor.

En días como estos siempre recuerdo a Jesús. Y no lo recuerdo con nostalgia, sino con la mayor de las alegrías. Recuerdo como también disfrutaba de los días así. Él ha sido la única persona con la que he podido disfrutar de días fríos y nublados. Sé cuánto ha de extrañarlos. Los días así son lo que más le deben hacer falta por allá, del otro lado del charco, allá en América.

Recuerdo que yo siempre le decía que hiciera todo por amor. Ese siempre fue mi consejo de mejor amiga. Pero nunca pensé que sacrificaría la cosa que más disfrutaba en este mundo, por una mujer a quién apenas conocía.

Creo que nunca podré perdonarlo por eso, por no quererse lo suficiente. Y por dejarme a mí, sola, con los días más bellos del mundo y sin alguien con quien disfrutarlos verdaderamente.

Antonio nunca ha sabido gozar de los días así como debe ser. Ha tratado, eso lo admiro de él. Pero no es realmente capaz de disfrutar de un día de neblina, un día frío y relajado. No es capaz de asomarse en la ventana durante una mañana como esta y de sonreír mientras ve lo que depara el resto del día.

Pero jamás ha criticado mi gusto por estos días. En algún momento propuso la idea de irnos durante un invierno a alguna playa soleada del Caribe. Al ver mi inmediata expresión no pudo hacer más que disculparse y retirar la propuesta, yéndose a prepararme un chocolate caliente que me reconfortase y me quitara la expresión asesina del rostro. ¿Es que acaso pensaba que me iría de aquí en mi época preferida? ¿De verdad jamás me había prestado atención cuando le decía que amaba los días así? ¿O es que pensó que me estaba burlando de él?

Antonio… oh Antonio. Él es esa clase de hombres que solemos ver en las películas y juramos que no existen, a veces me pregunto si será realidad. Luego siento sus brazos rodeando mi cintura y no me cabe duda de que sí es real. Es allí cuándo empiezo a cuestionar si de verdad lo merezco, si aquel prototipo de hombre ideal podía en algún universo tener suficiente conmigo. Con esta chica que jamás podrá darle todo su corazón…

Es ahí cuando me olvido de Antonio, y vuelvo a pensar en Jesús. Él es tan imperfecto como yo lo soy, tiene esas mismas manías… sí, todas aquellas manías que alimentamos juntos desde que tengo uso de memoria. Es Jesús con quién puedo hablar de cualquier música, pues sé que si no lo conoce siempre estará dispuesto a conocer algo nuevo, es con él con quién disfruto de esta clase de días, es con él con quién cualquier tema, por aburrido que suene, siempre será divertido, es con él con quién el silencio jamás es incomodo… es él el hombre que siempre he dicho complementa mi vida… es él el hombre que se fue al trópico americano detrás de aquella mujer que apenas conocía. Aquel día que me informó de su partida sentí que no lo conocía y al mismo tiempo, sentí que mí mundo estaba perdiendo sentido.

Son días nublados como este, los que me detienen de correr a por él, de dejar a Antonio atrás con toda su perfección e irme a por Jesús, a aquella América, aquél país donde el invierno nunca llega a luchar por un amor que nunca será… Otra cosa más que me ata a mi seguridad con Antonio… es saber que estoy, como de costumbre, queriendo sola.


Victoria B.


sábado, octubre 02, 2010

El niño y el mango.


Las calles estaban desiertas, yo caminaba dando patadas a todas aquellas balas que quedaron perdidas, ellas jamás podrán llegar a su destino, ya no tenían oportunidad de cumplir su función. Así que al patearlas, al jugar con ellas, sentía que les daba un empujón en su no-vida.

Desde pequeño salía con mi padre a caminar por las calles minadas de cualquier resto de juegos de guerra de media noche, ahora ya soy grande, tengo trece años, y papá ya no está en casa. Mamá me dice que se fue de vacaciones, pero yo la veo llorando en las noches, abrazada a ese portarretratos que siempre ha estado en la cómoda del cuarto de mis padres. Sé que papá no está de vacaciones, pero muy en el fondo, a pesar de toda la curiosidad que me da, creo que prefiero no saber que paso con él. Así que en su honor, cada noche que escucho confrontaciones tarde en la noche, justo antes del alba salgo a recolectar tesoros y a jugar con los restos de cosas que no tienen utilidad alguna.

Cuando sea grande cobraré por hacer esto, como esos señores que veo siempre en las mañanas barriendo las calles.
Hay algo que siempre me ha extrañado de esos señores, y es que: aunque siempre están alegres silbando y moviendo las piernas al ritmo de alguna canción que se escuche en la radio actual, nunca los veo fijándose en lo que barren, lo hacen sin prestar la menor atención. Pero cuando yo sea grande y trabaje barriendo tesoros, tendré dos bolsas, la de los tesoros que puedo compartir, y los que me quedaré. Es decir, haré lo mismo que hago ahora, solo que cobrando por ello. No puedo imaginar un mejor trabajo que ese. Siempre que le comento acerca de ese sueño a mi amigo Claudio me dice que estoy loco, que cuando sea grande, el quiere ser domador de leones “¡Ese si es un trabajo de verdad!” -suele decir-.

El juego de esta última noche parece haber sido más fuerte, hay muchos más desperdicios en las calles. Esta noche el recorrido tendrá que ser un poco más largo de lo habitual y tendré que encontrar la manera de escabullirme a mi cuarto sin que mi madre me vea. Recuerdo que papá siempre andaba con un corre-corre cuando veía que estaba por amanecer, no quería que mamá supiera que sus paseos nocturnos me incluían a mí.

En fin, esta noche la travesía tendría que alargarse. Doblé en tantas aceras que al final ya no estaba muy seguro de cómo regresar, tampoco me importaba. Quería seguir mi camino y tendría que añadir esta ruta a mis paseos habituales. Aquí había pocas balas usadas, la mayoría aun tenían posibilidad de cumplir su funcion de vida, habían muchísimas y se amontonaban pegadas a las paredes.

Encontré un nuevo tesoro, era la cosa más curiosa que había encontrado jamás -después de aquel artefacto que mi papá dijo que se llamaba gatillo, lo encontramos una vez tirado en el piso, el dijo que pertenecía a una pistola, pero yo no vi la pistola por ningún lado (para mí que papá a veces inventaba algunas cosas para sorprenderne)-. Esto tenía algo así como la forma de un mango muy irregular. Un mango con un arito de llavero... pero no parecía ser un llavero.

Tomé mi nuevo tesoro, lo metí en el morral junto con el resto de mis cosas y empecé el camino de vuelta a casa. Me tomó mucho tiempo encontrar el camino correcto, pero cuando llegué a la rambla ya sabía a dónde tenía que ir.

Cuando llegué a mi casa ya debían ser eso de las 7 de la mañana, entre por la ventana de mi cuarto. Mamá ya se había despertado y el olor a café y pan tostado inundaba la casa como todas las mañanas.

Ella siempre preparaba café a pesar de que sabía que yo prefería el té y a pesar de que a ella no le gustaba. Pero siempre hacia café y mientras lo servía en mi taza empezaba a hablar de mi padre. Papá era adicto al café, siempre le gusto muchísimo tomarlo en el desayuno y dos tazas después de cada comida. Así que asumo que estos dos últimos años en los que mi mamá ha estado preparando café aunque él esté de vacaciones, es algo así como que en ‘su honor’.

Antes de salir de mi habitación decidí guardar en su debido lugar los nuevos tesoros. Dejé el que tenía forma de mango para el último. Cuando agarré el aro de llavero, me percaté de que salía fácilmente, así que lo saqué para poder ver mejor mi tesoro. Resultó no ser un mango.


El estruendo provocó que todos los pájaros posados en árboles cercanos a la casa salieran volando despavoridos en todas direcciones.
Y en los restos de la casa, lo primero que se veía, era el mango de Armando.



Victoria B.


miércoles, septiembre 15, 2010

Solo un relato más.

Iba caminando por la calle, con una cara de felicidad carente de razón aparente. Iba caminando sin rumbo fijo pero con paso decidido y constante.  Definitivamente he tomado como costumbre el ir por la calle detallando a las personas, tratando de entender cómo son y cómo se sienten en cuestión de segundos. Iba caminando y detallando a los peatones. Ahí fue cuando lo vi, estaba sentado en un banquito de esa plaza, algo me atrajo él, personas había muchas, pero yo lo vi a él.


Como quién no quiere la cosa, jugaba con el paraguas que llevaba en la mano. Me quedé desde lejos observándole, en ese momento empecé mi juego para detectar personalidades con él. Fue inútil, mi mirada se distraía con el vaivén del paraguas y seguidamente se enfocaba en los cortos rulos cafés que se meneaban en su frente con la brisa que pasaba. Estaba cabizbajo, yo trataba de verle la cara como un niño que trata de jugar con el gato que está bajo el carro. Subió la mirada, estaba en busca de algo, yo me perdí en sus labios, en sus ojos, en unas mejillas rosadas por el calor. Su mirada recorría todas las esquinas. Yo estaba apoyada a un árbol, viéndole sin el menor reparo. En eso su mirada consiguió la mía. Sus ojos dejaron de deambular por los espacios abiertos y se quedó viéndome, fijamente, desde lejos. Su paraguas dejó de moverse pero la brisa seguía moviendo sus rizos cada cierto tiempo. Nos vimos por varios minutos, nos sonreímos y nos perdimos en un mar de ilusiones y de sueños de aquello que jamás podría ser. Los transeúntes pasaban por el espacio que nos dividía pero no importa cuántos fueran ni por cuánto tiempo se interpusieran entre nosotros, siempre que el camino quedaba solo nuevamente el seguía viéndome, y yo a él. Apoyé mi cabeza en el árbol, una sonrisa de estúpida se dibujaba en mi rostro. 


Él fijó la vista en el piso, vio al cielo y nuevamente al piso, abrió su paraguas. Yo seguía viéndolo, pero me desconcerté con aquellas acciones. Me di cuenta de que estaba lloviendo, me estaba mojando. Había puntos más oscuros que se dibujaban en mi camisa rosa. Me distraje por una milésima de segundo, no me importaba la lluvia, volví a ver hacia donde se encontraba y me percaté con que él había desaparecido, empecé a buscarle por los alrededores, no lo encontré. Avancé unos cuantos pasos, ahora estaba fuera de la copa del árbol y la lluvia era esta vez más fuerte. Como por arte de magia dejó de llover de un segundo para otro, levante la vista, tenía un paraguas encima mío. Me volteé, ahí estaba, mi galán de la plaza. Lo vi a los ojos. Pude detallar unos ojos negro azabache, profundos como el mar. Sus labios se veían mucho más hermosos ahora que lo tenía cerca. Su piel era tersa, ya no tenía las mejillas rosadas. Me tomó unos cuantos segundos entender la situación. –Gracias- le dije. Y sonreí atontadamente, me sentía momentáneamente drogada, mi corazón aumentó el galope cuando él entró conmigo al paraguas. 


Me devolvió la sonrisa. –No hay que agradecer, no pude evitarlo- respondió. Sus labios se curvaron levemente hacia arriba y se quedó viéndome fijamente a los ojos. –Noté que me estabas viendo- prosiguió. Yo sentí como la sangre subía a mis mejillas. El calor se volvió algo insoportable dentro de mi organismo y una suerte de risita salió sin ser llamada. El río conmigo. -Está bien, yo tampoco podía evitarlo- comento nuevamente. Mi expresión ha debido de ser de susto pues se echó para atrás y se disculpó por su comentario, estaba de nuevo mojándose con la lluvia, el paraguas seguía tomado por su mano cubriéndome a mí. Me moví por primera vez en minutos. 


Alargué mi mano a la suya y di un paso en su dirección al tiempo que corría su mano también hacia él. Quedamos los dos bajo la protección del paraguas. Estábamos esta vez más cerca que antes. Ambos sonreímos mientras nos veíamos fijamente. -¿Crees en el amor a primera vista?- me dijo. –No- respondí tajante. –Yo tampoco creía hacerlo- respondió. Su comentario me dejó helada, pero le sonreí. Me tomó de la cintura y empezó a caminar. Nada tenía sentido, ¿Qué hacía yo en un paraguas tan cercana a un completo y hermoso desconocido? Creo que la respuesta reside en esa descripción de su persona. Empecé a caminar con él, me acerqué un poco más y caminé con la cabeza apoyada en su hombro. Quién nos viera de lejos pensaría que somos una pareja de novios que encontraron romántica esa tormenta que había tomado control del día. Imaginé como nos veíamos y evalué la situación. Pensé con un poco de coherencia por primera vez con respecto a él. 


No pude evitar pararme y reír a carcajadas. Él me veía sonriente, esperando mi explicación, tenía una extraña cara de felicidad. Cuando por fin logré dejar de reír, le expliqué, ahora él también se rio conmigo. Ambos reíamos de lo ridículo de la situación. Hasta que dejamos de reír, los dos, al mismo tiempo. Nos vimos a los ojos y ambos dijimos en coro como si fuera planeado -Pero me gusta-. Me abrazó, lo abracé, nos abrazamos. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío. 


Permanecimos abrazados un tiempo, disfrutando el momento. Nos separamos un poco, nos vimos uno al otro. El me veía a lo ojos, luego veía mis labios, de nuevo a mis ojos. Yo hice lo mismo. Acto seguido me puse de cuclillas, sabía lo que hacía, iba a besar a este completo desconocido que se acababa de robar mi corazón. Sentí su aliento en mi rosto, me acerqué un poco más, hasta que nuestros labios se rozaron, la pasión de nuestros besos era la droga que llevaba buscando tanto tiempo.



Victoria B.

martes, septiembre 14, 2010

Ironías.

Ella estaba acostumbrada a salir con muchachos. Le gustaba toda su ropa así que nunca se preocupa de si ¿esto me quedará bien o será mejor aquello? No, ella siempre se viste con lo que tiene a mano y sale sin muchos preparativos.
Pero esta vez era diferente. Estaba nerviosa, se empezó a arreglar dos horas antes de la hora de salir. Se probó toda su ropa, trató con la de su mamá, improvisó varios looks. Ninguno le gustó.
¿Qué tiene de diferente esta salida? Es un muchacho normal, no causa en ella mayor atracción, lo conoce, ya han salido, pero algo ha cambiado. Ella no sabe cómo se desarrollará esta salida. ¿De qué hablarán? Algo le decía que todo iba a ser diferente. Hace un par de semanas que no sale con él y no había sentido nunca eso antes de verlo. En estas dos semanas ha seguido saliendo con otros muchachos y ninguno provocó tal reacción.
Ella estaba nerviosa ¿Por qué? No lo sabía. Terminó saliendo con aquellos jeans que sabe que le quedan tan bien, complementó el look con unos converse para tratar de verse relajada -lo que menos estaba, en verdad- y su camisa preferida que constaba en un franela color vino tinto. Muy simple pero provocadora. Tenía que calmarse. Ya había pasado el tiempo.
Pasó dos horas vistiéndose, cambiando de atuendo una y otra y otra vez. Ya era hora de salir, se encaminó.
Se montó en el carro. Conectó el ipod. Puso a sonar su banda favorita. Se relajó, pero sentía que ese día sería trascendental. Seguía pensando en las razones. No encontraba ninguna. Este muchacho le gustaba, pero no le atraía tanto como para crear esta tensión.
Prefirió no pensar en eso. Iba manejando, ya venía de llegada al punto de encuentro con su pretendiente.
Sonó el celular: era él y revisó el mensaje. Le avisaba que él ya había llegado, la esperaba afuera. Ella sonrió inesperadamente, se dispuso a responder. Distrajo la vista del volante, seguía en el carro y el automóvil seguía andando.
Sintió un golpe. Tiró el celular y pegó un frenazo. Las caras de los peatones alrededor eran de completo asombro, susto. Mujeres pegaban gritos “¡Lo atropellaron!”, “¡Está muerto!”, esas eran algunas de las exclamaciones. Colocó parking.
Se bajó en menos tiempo del que jamás nadie podría haberlo hecho, ella estaba nerviosa, ¿Qué había hecho?
Su pretendiente yacía tirado en el piso a unos 3 o 4 metros de su carro. Sangraba. Ella no podía creer lo que estaba viendo. Él la vio a lo lejos. No estaba muerto.
Al ella acercarse, él sonríe. “Tranquila, no debes culparte” –le dice-.
-¿Pero cómo no me voy a cul… culpar? ¡MIRA LO QUE HE HECHO!
-No has hecho nada. Todo estará bien…
Ella sostuvo su mano, la ambulancia ya se escuchaba a lo lejos. El cerró los ojos. Ella no le permitió cerrarlos por mucho, lo empezó a batuquear suavemente hasta que los volvió a abrir.
La vio fijamente a los ojos y le dijo: No me olvides… Te quie…
Se sintió como su último aliento fue expulsado por su boca. Sus ojos permanecieron abiertos, tal y como ella lo pidió.
Ella rompió en llanto. Se abalanzó sobre él como si esto pudiera cambiar algo.

Llegó la ambulancia y la apartaron del cuerpo inmóvil, trataban de resucitarlo, eran esfuerzos perdidos, ya se había ido.
Ella lloraba histérica. Toda su ropa estaba bañada en sangre, la sangre se confundía con el color de su camisa. No le importaba, hacía resistencia, quería acercarse a él.
En ese momento sí lo quería, cuando él murió, ella sintió toda la pasión, el deseo, el amor y el cariño que podía sentirse por una persona. Una persona que estaba muerta, una persona que ELLA había matado.
¡Ja!. Ironías.
 Victoria B.