miércoles, septiembre 15, 2010

Solo un relato más.

Iba caminando por la calle, con una cara de felicidad carente de razón aparente. Iba caminando sin rumbo fijo pero con paso decidido y constante.  Definitivamente he tomado como costumbre el ir por la calle detallando a las personas, tratando de entender cómo son y cómo se sienten en cuestión de segundos. Iba caminando y detallando a los peatones. Ahí fue cuando lo vi, estaba sentado en un banquito de esa plaza, algo me atrajo él, personas había muchas, pero yo lo vi a él.


Como quién no quiere la cosa, jugaba con el paraguas que llevaba en la mano. Me quedé desde lejos observándole, en ese momento empecé mi juego para detectar personalidades con él. Fue inútil, mi mirada se distraía con el vaivén del paraguas y seguidamente se enfocaba en los cortos rulos cafés que se meneaban en su frente con la brisa que pasaba. Estaba cabizbajo, yo trataba de verle la cara como un niño que trata de jugar con el gato que está bajo el carro. Subió la mirada, estaba en busca de algo, yo me perdí en sus labios, en sus ojos, en unas mejillas rosadas por el calor. Su mirada recorría todas las esquinas. Yo estaba apoyada a un árbol, viéndole sin el menor reparo. En eso su mirada consiguió la mía. Sus ojos dejaron de deambular por los espacios abiertos y se quedó viéndome, fijamente, desde lejos. Su paraguas dejó de moverse pero la brisa seguía moviendo sus rizos cada cierto tiempo. Nos vimos por varios minutos, nos sonreímos y nos perdimos en un mar de ilusiones y de sueños de aquello que jamás podría ser. Los transeúntes pasaban por el espacio que nos dividía pero no importa cuántos fueran ni por cuánto tiempo se interpusieran entre nosotros, siempre que el camino quedaba solo nuevamente el seguía viéndome, y yo a él. Apoyé mi cabeza en el árbol, una sonrisa de estúpida se dibujaba en mi rostro. 


Él fijó la vista en el piso, vio al cielo y nuevamente al piso, abrió su paraguas. Yo seguía viéndolo, pero me desconcerté con aquellas acciones. Me di cuenta de que estaba lloviendo, me estaba mojando. Había puntos más oscuros que se dibujaban en mi camisa rosa. Me distraje por una milésima de segundo, no me importaba la lluvia, volví a ver hacia donde se encontraba y me percaté con que él había desaparecido, empecé a buscarle por los alrededores, no lo encontré. Avancé unos cuantos pasos, ahora estaba fuera de la copa del árbol y la lluvia era esta vez más fuerte. Como por arte de magia dejó de llover de un segundo para otro, levante la vista, tenía un paraguas encima mío. Me volteé, ahí estaba, mi galán de la plaza. Lo vi a los ojos. Pude detallar unos ojos negro azabache, profundos como el mar. Sus labios se veían mucho más hermosos ahora que lo tenía cerca. Su piel era tersa, ya no tenía las mejillas rosadas. Me tomó unos cuantos segundos entender la situación. –Gracias- le dije. Y sonreí atontadamente, me sentía momentáneamente drogada, mi corazón aumentó el galope cuando él entró conmigo al paraguas. 


Me devolvió la sonrisa. –No hay que agradecer, no pude evitarlo- respondió. Sus labios se curvaron levemente hacia arriba y se quedó viéndome fijamente a los ojos. –Noté que me estabas viendo- prosiguió. Yo sentí como la sangre subía a mis mejillas. El calor se volvió algo insoportable dentro de mi organismo y una suerte de risita salió sin ser llamada. El río conmigo. -Está bien, yo tampoco podía evitarlo- comento nuevamente. Mi expresión ha debido de ser de susto pues se echó para atrás y se disculpó por su comentario, estaba de nuevo mojándose con la lluvia, el paraguas seguía tomado por su mano cubriéndome a mí. Me moví por primera vez en minutos. 


Alargué mi mano a la suya y di un paso en su dirección al tiempo que corría su mano también hacia él. Quedamos los dos bajo la protección del paraguas. Estábamos esta vez más cerca que antes. Ambos sonreímos mientras nos veíamos fijamente. -¿Crees en el amor a primera vista?- me dijo. –No- respondí tajante. –Yo tampoco creía hacerlo- respondió. Su comentario me dejó helada, pero le sonreí. Me tomó de la cintura y empezó a caminar. Nada tenía sentido, ¿Qué hacía yo en un paraguas tan cercana a un completo y hermoso desconocido? Creo que la respuesta reside en esa descripción de su persona. Empecé a caminar con él, me acerqué un poco más y caminé con la cabeza apoyada en su hombro. Quién nos viera de lejos pensaría que somos una pareja de novios que encontraron romántica esa tormenta que había tomado control del día. Imaginé como nos veíamos y evalué la situación. Pensé con un poco de coherencia por primera vez con respecto a él. 


No pude evitar pararme y reír a carcajadas. Él me veía sonriente, esperando mi explicación, tenía una extraña cara de felicidad. Cuando por fin logré dejar de reír, le expliqué, ahora él también se rio conmigo. Ambos reíamos de lo ridículo de la situación. Hasta que dejamos de reír, los dos, al mismo tiempo. Nos vimos a los ojos y ambos dijimos en coro como si fuera planeado -Pero me gusta-. Me abrazó, lo abracé, nos abrazamos. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío. 


Permanecimos abrazados un tiempo, disfrutando el momento. Nos separamos un poco, nos vimos uno al otro. El me veía a lo ojos, luego veía mis labios, de nuevo a mis ojos. Yo hice lo mismo. Acto seguido me puse de cuclillas, sabía lo que hacía, iba a besar a este completo desconocido que se acababa de robar mi corazón. Sentí su aliento en mi rosto, me acerqué un poco más, hasta que nuestros labios se rozaron, la pasión de nuestros besos era la droga que llevaba buscando tanto tiempo.



Victoria B.

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