martes, febrero 15, 2011

Como cualquier día de invierno.

Me desperté y me percaté de que ya Antonio se había levantado, eran las siete de la mañana y aún el sol no salía. Estábamos en aquellos días de invierno que siempre me resultaban tan placenteros.

El frío que se estaba colando por debajo de las sabanas era lo que me había despertado. Me quedé viendo al techo por cuestión de unos diez minutos, estaba en ese estado de stand by en el que se queda uno al despertar sin tener responsabilidades.

Finalmente me levanté y al poner los pies en el piso helado sentí como el frío calaba cada uno de mis huesos, corrí en puntillas hasta las pantuflas que estaban estúpidamente colocadas al lado de la puerta, me puse un suéter más y agarré aquella manta doblada encima de la silla y me la enrosqué al cuerpo dándome la apariencia de una oruga.

La caldera debía haberse apagado en el transcurso de la noche.

Caminé hacia la ventana y me puse a ver a través de los cristales. La neblina había tomado posesión de la ciudad, y solo se veían algunas luces que lograban colarse entre aquella espesa capa blancuzca que reinaba en la ciudad.

Ese paisaje hubiera resultado desalentador e incluso deprimente para cualquier persona. Para mí no era más que una de las vistas más hermosas con las que podría haberme levantado. Era el ambiente perfecto para vestirse con las ropas más abrigadas y salir a trabajar con la mejor sonrisa. Era el ambiente ideal para comidas calientes y para abrazarte a tu pareja. Era un día magnifico para disfrutar del frío, de las chimeneas, de los cuentos de amigas, de las comidas calientes, de las reuniones familiares y, por supuesto, del amor.

En días como estos siempre recuerdo a Jesús. Y no lo recuerdo con nostalgia, sino con la mayor de las alegrías. Recuerdo como también disfrutaba de los días así. Él ha sido la única persona con la que he podido disfrutar de días fríos y nublados. Sé cuánto ha de extrañarlos. Los días así son lo que más le deben hacer falta por allá, del otro lado del charco, allá en América.

Recuerdo que yo siempre le decía que hiciera todo por amor. Ese siempre fue mi consejo de mejor amiga. Pero nunca pensé que sacrificaría la cosa que más disfrutaba en este mundo, por una mujer a quién apenas conocía.

Creo que nunca podré perdonarlo por eso, por no quererse lo suficiente. Y por dejarme a mí, sola, con los días más bellos del mundo y sin alguien con quien disfrutarlos verdaderamente.

Antonio nunca ha sabido gozar de los días así como debe ser. Ha tratado, eso lo admiro de él. Pero no es realmente capaz de disfrutar de un día de neblina, un día frío y relajado. No es capaz de asomarse en la ventana durante una mañana como esta y de sonreír mientras ve lo que depara el resto del día.

Pero jamás ha criticado mi gusto por estos días. En algún momento propuso la idea de irnos durante un invierno a alguna playa soleada del Caribe. Al ver mi inmediata expresión no pudo hacer más que disculparse y retirar la propuesta, yéndose a prepararme un chocolate caliente que me reconfortase y me quitara la expresión asesina del rostro. ¿Es que acaso pensaba que me iría de aquí en mi época preferida? ¿De verdad jamás me había prestado atención cuando le decía que amaba los días así? ¿O es que pensó que me estaba burlando de él?

Antonio… oh Antonio. Él es esa clase de hombres que solemos ver en las películas y juramos que no existen, a veces me pregunto si será realidad. Luego siento sus brazos rodeando mi cintura y no me cabe duda de que sí es real. Es allí cuándo empiezo a cuestionar si de verdad lo merezco, si aquel prototipo de hombre ideal podía en algún universo tener suficiente conmigo. Con esta chica que jamás podrá darle todo su corazón…

Es ahí cuando me olvido de Antonio, y vuelvo a pensar en Jesús. Él es tan imperfecto como yo lo soy, tiene esas mismas manías… sí, todas aquellas manías que alimentamos juntos desde que tengo uso de memoria. Es Jesús con quién puedo hablar de cualquier música, pues sé que si no lo conoce siempre estará dispuesto a conocer algo nuevo, es con él con quién disfruto de esta clase de días, es con él con quién cualquier tema, por aburrido que suene, siempre será divertido, es con él con quién el silencio jamás es incomodo… es él el hombre que siempre he dicho complementa mi vida… es él el hombre que se fue al trópico americano detrás de aquella mujer que apenas conocía. Aquel día que me informó de su partida sentí que no lo conocía y al mismo tiempo, sentí que mí mundo estaba perdiendo sentido.

Son días nublados como este, los que me detienen de correr a por él, de dejar a Antonio atrás con toda su perfección e irme a por Jesús, a aquella América, aquél país donde el invierno nunca llega a luchar por un amor que nunca será… Otra cosa más que me ata a mi seguridad con Antonio… es saber que estoy, como de costumbre, queriendo sola.


Victoria B.


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