martes, septiembre 06, 2011

Cómo perder a un muerto.


Hace un par de meses mi tía me dijo que cada vez que iba al cementerio a ponerle flores a mi abuelo, no sabía cuál era su tumba. Se supone que la única que se acordaba bien era yo.

Yo para probar, porque era imposible que no estuviera ahí, después del octavo árbol en algún lado, fui a revisar. Voy en camino, confiada, compro unas flores para no llegar con las manos vacías, me parece de mal gusto ir a visitar la tumba de un muerto sin nada en las manos. Aunque mi abuelo no se entere. Y aunque a mi abuelito no le importaría, pero ya saben, cosas que uno se siente obligado a hacer porque la sociedad te empuja a ello.

Entro al cementerio del este, que he de decir que tenía un aspecto mucho menos mórbido que la última vez que fui (creo que me parece hasta bonito), y empiezo a rodar cual desgraciada colina arriba, porque a mi abuelo lo enterraron en una de esas terrazas que están en el fin del mundo, rozando con las nubes.

Llego, estaciono, está empezando a lloviznar. Así que saco la tapa de la caja de papeles para reciclaje que llevo siempre en mi carro, de manera que me pueda sentar en algo seco. Saco las flores y me pongo mi chaqueta “impermeable”.

Entro y están unos señores que seguro se encargan de mantener eso bonito y podado, ya esperando a su transporte pick-up para irse, pues sí, empezaba a llover. Primer árbol, segundo, cuarto, perdí la cuenta, mira atrás y empieza a contar de nuevo, me pierdo una vez más, repite el proceso, ok. Octavo árbol. Justo enfrente del lado de la talanquera muchos muertos, sí, pero dudo que alguno fuera el mío. No hay nada que aparente ser la boca superficial sin nombre de algún ataúd. No, todos tienen lapida y mi abuelo no la tiene.

La lluvia esta empezando a molestar. Resulta que la chaqueta impermeable después de suficiente agua se vuelve permeable. Estoy emparamada. En el décimo árbol parece haber una tumba que podría ser. En el séptimo hay otra. Solo tengo una mata. Creo que me cayó mejor el muerto del séptimo, puse la matica al lado y me senté a terminar de mojarme.

Me puse a pensar en cómo se puede perder a alguien que no se mueve de allí. Es la desidia de uno, la memoria ocupándose de otras cosas y por otro lado, las ganas de no pensar en eso, en ese día, en esa situación y a sabiendas de que el  no debería estar ahí, debería haber sido esparcido en su playa favorita, no bajo la tierra siendo comido por los gusanos. Llevaba ya más de un año que no iba por esos lares. Creía recordar donde estaba enterrado mi abuelo. Nadie en la familia lo sabe. Genial. Mi tía dice que yo era quien único recordaba. Pero yo no recuerdo.

Pero bueno, la visita me recordó que no recuerdo dónde está enterrado, también que puede ser frustrante perder a un muerto. Y pues por otro lado descubrí que esa terraza es de un callada que hasta resulta un lugar apacible, aun estando sentada al lado de una tumba con un muerto que no conozco y habiéndole dejado flores que le alegren la inexistencia.

Pues creo que le estamos dejando flores a un muerto ajeno… Irónico. 

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