Había menos dos grados afuera cuando salí. Caminé atravesando una grama solida. Era una capa verde que brillaba con el reflejo de las luces, es aquella grama que veo blanca algunas mañanas, pero esta vez, a la luz de la luna.
Observé el carro, helado por doquier, aquello que era morado, ahora lo veía blanco. Posé mi mano en él y mis huellas no quedaron marcadas en el vidrio. Seguí mi camino sin rumbo alguno, seguí moviéndome sin sentido tratando de hundir mis pasos en una grama solida y pálida.
Fue allí cuando dirigí la mirada hacia arriba y dije tan coloquial como suena “Mierda, que bello esta el cielo hoy. Se ven como un millón de estrellas”
Caminé hacía aquel lugar que he decretado es ‘mi lugar’, si, aquel lugar donde nunca hay nadie, estoy sola con mis pensamientos y tengo chance de pensar y decir lo que quiera decir. No importa si estoy en medio de una supuesta crisis momentánea o si tengo una sonrisa en la cara –como era hoy el caso- aquel es el lugar dónde voy a sincerarme con el mundo. Llegué, caminé por unos cinco minutos, solo viendo al cielo y siguiendo con la vista a esos aviones que pasaban por encima. Luego, a pesar de saber el maldito frío que hacía, me acosté en el piso. Aún cuando tenía guantes, se me congelaban los dedos… de hecho, mis veinte dedos estaban absolutamente congelados, todos y cada uno de ellos. Aún así, permanecí acostada en aquel suelo helado.
El cielo brillaba de la misma manera que lo había hecho la grama un par de minutos antes. Me eché allí a observar el cielo. A asombrarme de su perfección. A sonreír para mis adentros.
Pero, ¿Se acuerdan aquel post, dónde les dije que ya nada me podía joder, que simplemente era feliz? Bueno, recuerden que esta que está aquí, es María Magdalena. Soy fastidiosa, soy virgo –perfeccionista- y protestona por naturaleza.
Fue allí cuando miré a un lado y pensé ‘que excelente sería tener ahora a alguien con quien compartir esto’. Empecé a pensar, y en menos de medio minuto el candidato ideal, si, aquel fue elegido sin rival potencial alguno.
Fue allí cuando puse todos esos pros, y me puse a hablar para mí misma: “No sé si te gustará echarte a admirar el cielo, pero siempre has tenido cara de que sí… ojalá hubiéramos hablado de eso; Definitivamente, no serías una niñita quejona con el frio… tu siempre tienes calor, aún en una sala de cine helada; No eres el niñito sifrino quisquilloso que me diría que no se echa al piso porque se ensucia; Aun cuando no te gustase el cielo, siempre tenemos millones de cosas de que hablar. Cuanto me gustaría que estuvieras aquí aunque fuera por solo este momento…” Sí, estando allí sola, pase de una completa felicidad, a nostalgia. Pensé en cuánto te extraño… aún cuando te llevo extrañando desde antes de partir para acá. Pensé en aquel último día y pensé en aquel último abrazo. Pensé en aquella noche en la que me sentí cual en película de Disney, con mi príncipe azul al lado. Pensé en todas aquellas situaciones por las que en algún momento tu madre ha de haberse rascado el oído izquierdo. Pensé en todas las mentiras y excusas. Pensé en lo fácil que perdone todo aquello que nunca hubo razones de si quiera molestarse. Pensé en los malos ratos que pasé, en todos los momentos en que te extrañé… Pensé en todas las veces que esperaba toparme contigo, también aquellas que te veía a lo lejos y confiando en que no me hubieses visto, daba media vuelta e iba en dirección contraria… si, pensé en muchas cosas y aún así, te extrañé y deseé estuvieras echado a mi lado. Hoy decidí que te debo otro mail… pronto, lo prometo.
También ahora me doy cuenta de que debo dejar de pensarte… me doy cuenta de que debo recordar las circunstancias que nos rodean y recordarme que todo esto fue mi elección, de nadie más. Y que debo tratar de seguir en mi monotonía de sentimientos hacía ti… y eso no es una idea cualquiera, es mi objetivo.
Victoria B.
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