En Caracas, 23 grados ya eran motivo de bufanda, e incluso a 30 grados me las ponía ‘porque se ve bien’.
En Caracas cualquier frío me llegaba a los huesos, me helada y me dejaba petrificada en una silla tratando de tomar calor.
Hoy el frío es mi mejor amigo.
5 grados han sido el acompañante de mí día, y este ha sido uno de los días que más que pasado afuera.
El frío me hace pensar con coherencia. El frío me acompaña en mis caminatas.
Un vapor blanquecino se escapa de mi boca con cara suspiro.
Charcos, grama húmeda, moho, hojas en los zapatos y barro que recubre ambas suelas, ruedos emparamados, manos en los bolsillos, peinados asesinados por la humedad; eso y otras cosas han protagonizado mi día.
Y es que no me importa, yo salgo y despejo mi mente con el frio que cala mi pituitaria.
Creo que mas que ‘pensar’ estoy buscando todo lo contrario, simplemente llenar mi cabeza con trivialidades.
Prefiero ver el paisaje que está a mi lado, prefiero recordar que estoy aquí haciendo aquello que he querido hacer durante tanto tiempo y prefiero no dejarme sabotear por mí misma.
Si, no puedo seguir permitiéndome arruinarme los momentos, me cago en todo, arreglaré esto como pueda y me seguiré tripeando mi vida… Punto.
Y eso lo pensé mientras jugaba con mi aliento en el frío, mientras pensaba con la claridad necesaria viendo la luna y la neblina que recubría el suelo.
Victoria B.
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