Cuando me cuentan de ti en medio de un día, puede resultar una total alegría, que me provoca dar saltos al ritmo de la vida, o simplemente me desmoronas el momento.
Te crucé en nuestra casa de estudios y aquella promesa de que serías un total desconocido, se fue como la hoja en un caudal. La saludé a ella, y por detrás, venía un muchacho, con una sonrisa de esas que solo tú sabes dibujar y con una naturalidad digna de un actor.
Fue un abrazo de esos que le das a alguien que quieres cuando llevas tiempo sin verlo. Sentir el calor de tu cuerpo alborotó todas las células de mi cuerpo. Ver tu sonrisa me devolvió inmediatamente a momentos en los que esa sonrisa era lo único que era capaz de ver. Te veía hablar pero no escuchaba lo que decías, la silueta de tus labios me hipnotizó como sólo los profesionales del reloj han de saber hacerlo.
Fue un encuentro rápido, que obviamente, estaba planeado por ella, quién se acercó a mí y me dijo haberme visto de lejos. Ha de haberte arreado a saludarme, no lo sé, y no me importa.
El corto encuentro se finalizó con una promesa de vernos todos minutos más tarde.
Al irte las miradas y comentarios de mis compañeros encendieron mis cachetes que habían logrado permanecer relativamente normales en lo que duró tú presencia. En mi interior se guardaba una especie de emoción y de desesperación. La cola se me hizo eterna, los comentarios y conversaciones de mis amigos pasaban desapercibidos ante mí. Me quedé en un limbo personal, me quedé atando cabos y tratando de pensar, lo cual me resultaba meramente imposible, es como dice el sabio Fermín Romero de Torres, “Corazón caliente, mente fría”.
Traté de integrarme realmente a la conversa, cosa que logré, no sin mucho esfuerzo, pero lo logré.
Finalmente entramos, ya iba con mi bandeja de comida en mano, me dirigía al piso de arriba donde habías dicho se iban a sentar. Empecé a revolotear con la mirada entre las mesas abarrotadas de gente que comía, hablaba y reía. Te encontré, de pie, en una cola para el bebedero. Mis amigas ya habían encontrado mesa y me uní, me senté y por un rato, te saqué de mi mente, decidí que merecía comer en santa paz.
Cuando ya la comida no saciaba el hambre sino que empecé a comerla por simple obligación, miré hacia mi izquierda y ahí encontré esa camisa azul que había visto antes, encontré ese corte de niñito gallo -que espero haya sido mala mano del barbero y no tu nuevo ´look’- pero que se me antojó realmente gracioso y tierno.
Allí estabas, de espaldas, a tres mesas de distancia.
Todas terminamos de comer. Cada una tenía un plan distinto para el resto del día. Yo, yo no tenía plan… pero de un momento para otro, había decidido que quería pasar un tiempo contigo.
Dejé mi bandeja y me despedí de todas. Salieron no sin antes dedicarme una mirada de extrañeza, cuando yo, por el contrario, subía nuevamente las escaleras.
Allí estabas, te vi de lejos y me detuve a contemplar tu semblante. Me provocó llegar y acariciar tu pelo o cosquillearte la espalda, cosa que no haría pues sé que detestas. Así que llegué, con completa naturalidad y me paré al lado de la mesa, estaba allí mi amiga, otro muchacho -a quién he visto tres veces en mi vida y cada vez que veo hablamos-, TÚ, justo al lado de él, y otras cinco personas que pasaron desapercibidas ante mi mirada.
Saludé a mi amiga nuevamente, dediqué un saludo al muchacho previamente conocido y luego crucé mi mirada con la tuya, expectante. Me viste, torciste la boca y devolviste tu mirada a la comida.
Mi corazón se detuvo, mis manos empezaron a sudar y algún órgano que no reconocí ha de haber explotado en ese momento ante tu reacción seca, propia de alguien que ve a un desconocido.
Terminaron de comer, yo me quedé haciendo ‘compañía’. Dejaron sus bandejas y los que tenían clases corrieron antes de llegar tarde. Te quedaste tú, aún sin devolver la bandeja. Yo no sabía qué hacer, quería seguir caminando para no verme desesperada, pero no quería perder mi oportunidad de estar contigo un rato más. Te esperé en lo que finaliza la línea para devolver la bandeja, me viste, sonreíste y empezamos a andar como si fuera lo que ambos esperabamos hacer. Hablamos de trivialidades, cosas banales que ahora no recuerdo y que probablemente me hubieran preguntado tres minutos después de acontecido y tampoco hubiera sabido.
Una naranja que llevaba en la mano era la elegida para recibir todo el estrés y los nervios que cargaba encima… pobre naranja.
No llevábamos ni dos minutos caminando y hablando cuando aquél otro muchacho a quién escasamente conocía se nos unió. Cosas que pasan, pues. Gente que se une a los grupos y que no cabe más que sonreír.
Empezamos a caminar los tres, aún hablando deyonoséqué. Ya en el pasillo me preguntaste que qué iba a hacer, quise responder ‘quedarme contigo’ pero solo atajé a decir: “no sé, ya no tengo clases, pero no me quiero ir ya a mi casa, así que me quedaré por acá otro rato.” Creo que aunque no lo dije, quedo claro que pretendía quedarme con él o algo por el estilo.
De un momento a otro, lo vi saludando a dos amigos de él, dos muchachos en los cuales no repare en lo absoluto, dos muchachos a los que no les tengo cara, son una mancha negra en mi memoria.
De un momento a otro dijiste “Yo sigo con ellos” y te despediste con un maldito batuqueo de manos. Allí me quedé yo, con un desconocido, desconcertada. Finalmente me eché en tierra de nadie, con este desconocido al lado, que solo era un personaje de fondo en mi escena, en mis pensamientos.
Luego él se fue a buscar a noséquién en nosédónde.
Finalmente me quede sola. Con el día destrozado.
Hoy agarraste mi día y lo hiciste pedazos, lo picaste muy fino para que supiera mejor, después lo lanzaste a la licuadora y terminaste por echarlo en un vaso, con alguna ramita verde que lo adornara para devolverme mi día, hecho trizas. Por ti y por mí.
Y es que yo me busco las cosas que me pasan… totalmente.
O sea, yo sabía que en cuanto me quedara sola iba a caer nuevamente a una asquerosa realidad, yo sabía que no sería un momento grato. Sabía que una sensación recia, como la de un ladrillo, iba a quedar atravesada en mi estomago. Sabía que inmediatamente extrañaría tu olor, tu risa, tus ojos verdes, tu tez clara y tu buen humor… yo lo sabía. Pero no esperaba que ese tiempo contigo fuera tan corto, no esperaba que me dejaras en medio del pasillo, sintiéndome cual niña huérfana. Con ganas de abofetearme por ser la maldita niña infantil, sentimentalosa, masoquista y estúpida que soy.
Honestamente, alguien tan inmaduro, pollo y tan bolsa como yo, no debería estar en la universidad.
“Yo sigo con ellos” dijo…
Victoria B.
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