Hay algo que tengo que terminar de aceptar. Y es que he’s
gone. No puede ser, que aún hoy, la
simple mención de su nombre me descoloque. “Pepito Gomita me escribió”,
me dice. Y yo entro en crisis. Empiezo a tratar de entender porqué. Me pregunto
si algún día me va a dejar en paz. Si algún día me dejará seguir adelante.
¿No te habías ido del país? ¡Pues vete! ¡Quédate allá y no
vuelvas! Me molesta, porque aunque sé que le doy demasiadas vueltas a todo,
siento que quizá tiene algo que ver conmigo. No que yo sea el centro del
universo. Pero, ¿Por qué le escribe a ella de la nada? Ni que fueran amigos
cercanos… no, cercana es ella de mí. Era obvio que yo iba a saberlo, ¿no? Era obvio
que su nombre retumbaría de nuevo en mi mente.
Supongo que, según él, Victoria no tiene derecho a move
forward. Seguro que no tengo derecho a olvidar todo lo ocurrido entre nosotros.
Lo bueno y lo malo. Todo.
No Victoria, sabes que aunque quisieras, no podrías. Sabes que
te enseñó más cosas de las que eres capaz de expresar. Sabes que fue un escalón
en tu vida. Que llegó para romper estándares que necesitaban ser destrozados. Sino no estarías donde estás ahora. Y te gusta donde estás ahora, ¿No es así?
Pero sólo eso fue, un escalón. Para mejor o peor, eso no
importa, el hecho es que cambió tu vida y siempre lo recordarás. Pero es hora
de dejarlo ir. Es hora de que su nombre no te provoque un pequeño infarto. Es
hora de recordar tu amor por ti misma y dejar de torturarte.
Hoy hace un mes me enteré oficialmente que era muy probable
se fuera del país. Hace exactamente un mes, sentí que se me venía el mundo
encima. Hace un mes, lo disculpé por todo lo que pudo haber hecho o dejado de hacer
en el pasado. Si, hace un mes creí
haberlo entendido todo y creí tener derecho de nuevo a quererlo. Y todo el
cariño que venía reprimiendo, estalló de pronto para hacerme entender. Un cariño que
dejé fluir en lágrimas por su partida.
Hoy, las cosas por las que lo disculpé ese día, se quedaron
cortas con toda la humillación pasé en los días siguientes. Humillación a la
que me sometí yo solita. Porque cuando uno quiere, no se mide, resulta que es
cierto; cuando quieres, no te importa nada. Yo sólo quería darle un abrazo de
despedida y escucharlo reír. Hoy, en cambio, no siento deba disculparlo, no
siento haya nada que disculpar. Esa última humillación, ese último coñazo, me
enseñó quizá más de lo que me había enseñado en los últimos 8 meses.
Hoy siento la necesidad de eliminar su nombre de por vida. No sé cómo, pero ese capítulo tiene que quedar cerrado cuanto antes. Estén las cosas claras, o no.
Victoria B.
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